Carlos lo tiene claro: "El mensaje derrotista no me gusta pero hay que actuar pronto. Hasta 5 grados subirá la temperatura si no hacemos nada y sería catastrófico. Tenemos que ser consecuentes con el respeto a la vida y la naturaleza".
Carlos tiene 74 años y es viticultor ecológico en Pozuelo del rey (Madrid). Su andadura vital comenzó en Alcoy donde estudió ingeniería industrial, aunque pronto quiso cambiar de profesión y se fue a Canadá a cumplir su sueño de ser aviador. "Aquí en España es carísimo volar. Así que un día en la sala de espera de un dentista, leí que Canadá era el país ideal para cambiar de profesión y me fui directo a la embajada y después a Canadá. Allí trabajé en la universidad y comencé a hacer horas de vuelo en Toronto".
En uno de sus primero trabajos como piloto participó en la intendencia de una presa eléctrica en el norte de Quebec donde se estaba construyendo la presa hidráulica más grande de Norteamérica. "Me pareció maravillosa esa oportunidad de realizarme como piloto, pero después de regresar a España, me enteré de que, en la primera prueba que hicieron de la presa, ahogaron a más de 500 caribús y desplazaron a muchísimos indígenas de sus asentamientos. Entonces me di cuenta del horror en el que había participado y decidí comprometerme con la naturaleza y el medio ambiente".
De vuelta a España, Carlos ha trabajado durante 30 años como piloto y su compromiso con el medio ambiente le ha llevado a cruzar el Atlántico con un monomotor, por el Círculo Polar Ártico, junto a Pablo, un compañero piloto y músico, para documentar el deshielo. "Después de dos años preparándonos, en 2012 mi amigo Pablo y yo salimos de Guadalajara rumbo al Ártico para documentar la evidencia, pensábamos en ser esa mirada diferente, que no es la de los científicos ni la de los que tienen intereses en el tema, simplemente dos personas corrientes que ven lo que está pasando". En su interesante viaje, en el que tuvieron reuniones con políticos y personalidades de los países que recorrieron, fueron testigos sin lugar a dudas de los estragos que el cambio climático está produciendo en la última frontera.
Hoy Carlos dedica su vida a su viñedos y a su vino ecológico Qubél, 11 hectáreas, aunque la mitad del terreno lo ha dedicado a reforestar plantando 2000 árboles, para reducir o compensar su huella de carbono. En sus tierras se hacen también proyectos de investigación con la administración sobre erosión y productividad del manto natural, cuenta con la colaboración de una fundación para la recuperación de la biodiversidad, recuperación de matorral autóctono e investigaciones. Fiel a sus principios, Carlos ha certificado la huella de carbono de uno de sus vinos y está obsesionado con el cuidado y la recuperación de la naturaleza. "A los 74 años sigo trabajando por la tierra porque es mi vínculo y mi motivación. A mis dos hijos también les eduqué en el respeto a la naturaleza y esta filosofía la llevaré al límite de mis fuerzas".
Su mensaje es claro: "Este planeta en el que vivimos lo tenemos prestado de nuestros nietos, y tenemos la obligación de cuidarlo, ya no solo por nosotros sino por ellos".
